Que la escritura transcurra
por los territorios de la infancia tiene sus riesgos, uno de ellos es que la
narración no pase de ahí, que se enquiste en el yo y que muera al poco tiempo
por falta de oxígeno literario, reducida
a un discurso auto referencial tachonado de lugares comunes, más o menos
originales, y en los que el autor se deleita sin caer en la cuenta de que la
suya es una historia que él necesita plasmar pero que nadie, o muy pocos,
necesitan leer.
Pasar de lo particular a lo
universal, convertir la escritura en literatura es el gran reto y la infancia o
la adolescencia son terrenos comunes porque todos hemos tenido una y, como en
los enamoramientos incondicionales, la nuestra, para bien o para mal, nos
parece la más singular y extraordinaria.
Dice Leonardo Sciascia que
todo sucede en los primeros diez años de nuestra vida y William Wordsworth decía que el niño es el padre del
hombre, recordándonos que ese niño nos perseguirá durante toda nuestra vida.
"Autopsia" (Candaya,
2014) tiene bastante de eso y, sea desde el terreno de la auto ficción, de la
autobiografía o sencillamente desde la creación de un universo inventado con
soplos de realidad, Miguel Serrano nos transporta a una historia pendular en la
que alterna la petición de indulgencia por actos de acoso contra una compañera
de instituto, con la denuncia por la agresión sufrida a manos de un grupo de
skin heads, todo ello en un relato fraccionado, trazado a modo de collage y
organizado en base a idas y venidas articuladas en historias superpuestas, en
ocasiones formuladas como narraciones breves con vida propia.
Cuando se le pregunta al autor
por las motivaciones de este trabajo nos remite a su adolescencia y al temor
que le infundían aquellas bandas de rapados que crecían a la sombra del final
de siglo, un temor que él comparaba con el que sentían los jóvenes acosados en
los colegios, señalados por el dedo acusador de alumnos envalentonados entre
los que destaca el protagonista de esta historia.
Esta reflexión es la que da
origen a "Autopsia", una novela con geografía, un relato de tintes
locales que asume el riesgo de perderse en divagaciones costumbristas, sólo
interesantes para quienes busquen en la obra rincones reconocibles.
Ese reto lo supera Miguel
Serrano con la construcción de una trama fragmentada en la que va desgranando
una historia cargada de reflexiones en un paisaje reconocible, Zaragoza, ciudad
donde vive y desde la que escribe, pero extrapolable por la universalidad de
los conflictos que plantea y en los que profundiza con la narración implacable
de quien lleva tiempo discurriendo por los caminos de la poesía y la prosa.
La violencia, la amistad, la
dependencia afectiva, el oportunismo o la supervivencia en unos años a caballo ente
la década de los ochenta y los noventa, son la base sobre la que se asienta
"Autopsia" mientras que al fondo, los perfiles de ese paisaje muy
definido pero con actores creíbles, sirven para dar entidad y singularidad a la
obra, para superar eso que simplemente por el tema podría hacerla anodina y
plana.
"Autopsia" es una
historia contada en primera persona a través de un narrador que asume la
identidad del autor. A una primera parte más reflexiva e introspectiva le sigue
una narración más fluida en la que el autor imprime dinamismo a la historia,
creando ese punto de tensión que el relato necesita para funcionar.
Realidad o engaño, da igual,
no interesa tanto cuánto del autor hay en la obra sino esas motivaciones que
llevan a Miguel Serrano Larraz a escribirla y la manera en que lo hace,
sorteando los charcos y evitando verse arrastrado a construir una historia más
sobre jóvenes rebeldes, con o sin causa.
Cada vez son más los autores,
muchos de ellos jóvenes, que apuestan por la propia exposición ante el lector,
por la escritura intimista, una fórmula narrativa que por lo extensa y variada
empieza a dotarse de nuevos epítetos que permitan diferenciar los subgéneros
que va construyendo. No deja de ser una tentación arriesgada para quien
considere que hablar en primera persona y de los sentimientos es una licencia
al alcance de cualquiera. No le faltaba razón a aquel que dijo que si algo
había que recriminarles a Raymond Carver o a Charles Bukowski era la gran
cantidad de malos imitadores que habían provocado.
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