Llegados a este punto toca preguntarse ¿Y qué pasa con el autor?
Supeditado históricamente a la arbitrariedad del editor, sus posibilidades de éxito han estado condicionadas a la aceptación de unas exigencias alejadas muy a menudo de lo que se consideraría deseable. El editor ha marcado las pautas a seguir, decretando siempre las reglas del juego y contando con el beneplácito del creador, quien no ha dudado en arrugarse ante el horizonte de ver sus ideas encuadernadas y expuestas al público.
Las posibilidades del autor fueron expresadas no hace demasiado tiempo por un conocido editor barcelonés quien en una entrevista concedida a un medio de comunicación no dudó en declarar inviable la legítima voluntad de vivir de la escritura, obviando la indiscutible realidad de que si de algo vive el editor es de lo que escribe el autor.
La confluencia de diversas circunstancias en un plazo de tiempo relativamente breve está alterando de manera significativa las tradicionales reglas de juego obligando, se quiera o no, a reposicionar las fichas en el tablero, a dejar de lado determinados prejuicios y sobre todo, a olvidarse de ciertas prerrogativas que hasta hace poco nos parecían incuestionables.
El autor, salvo esas minorías que se jactan de no precisar de nada ni de nadie para que su obra avance, ha dejado de encontrar en el editor el aliado exclusivo e imprescindible para comunicar su obra.
La crisis ha afectado su capacidad de reacción. Se acortan las tiradas promedio, se reducen los títulos editados, disminuye la facturación y muchos de esos editores pequeños y medianos anuncian abiertamente su negativa a leer originales no solicitados.
Pero el portazo en la cara coincide con la apertura de un mundo de recursos digitales al que muchos autores son todavía reacios, convencidos de que todo aquello que se aparte del formato convencional no tiene futuro. Entretanto el editor percibe la amenaza sin saber cómo gestionarla, Google y Amazon se le revelan como un peligro inminente y pugna por blindar su supervivencia creando cláusulas contractuales que impliquen también los derechos digitales sin que, por lo pronto, sepan qué hacer con ellos.
Pero la duda persiste … ¿Y el autor qué? ¿Qué alternativas le quedan al autor que no encuentra editor o al autor que capta el interés de una pequeña editorial sin capacidad para gestionar adecuadamente la comercialización de la obra publicada?
Lejos, muy lejos de esos planteamientos anti mercantilistas de la literatura, en las antípodas de los que consideran que dar visibilidad a la obra no es más que un acto banal más cercano al egocentrismo que a necesidades de promoción, hay otra realidad que implica la participación activa del autor en ese proceso de llevar el libro al lector.
¿Quiere eso decir que todo vale, que la ausencia de calidad se verá compensada por los efectos de una comercialización más habilidosa partiendo de redes sociales y del marketing viral? Pues entiendo que ni más ni menos que cuando se recurre a los mecanismos tradicionales de promoción. Será el mercado ante la oferta presentada quien decida lo que lee y lo que no lee y como siempre, habrá una literatura masiva de puro entretenimiento y alta, baja o cuestionable calidad y otra literatura de mayor nivel y complejidad dirigida a públicos más exigentes.
¿Quiere eso decir que todo vale, que la ausencia de calidad se verá compensada por los efectos de una comercialización más habilidosa partiendo de redes sociales y del marketing viral? Pues entiendo que ni más ni menos que cuando se recurre a los mecanismos tradicionales de promoción. Será el mercado ante la oferta presentada quien decida lo que lee y lo que no lee y como siempre, habrá una literatura masiva de puro entretenimiento y alta, baja o cuestionable calidad y otra literatura de mayor nivel y complejidad dirigida a públicos más exigentes.
El elemento diferencial estará en la implicación del autor y en el acercamiento decidido a nuevos recursos editoriales y de promoción.
No es motivo de estas líneas hacer un análisis exhaustivo del tema pero intentaré dejar constancia de algunas fórmulas puestas en marcha por diferentes creadores y que vienen a demostrar que sigue habiendo luz al final del túnel.
Las páginas Web y Weblog son ya recursos perfectamente implantados y aprovechados por los autores como fórmula de promoción de sus trabajos, a la vez que canal de comunicación por donde expresar puntos de vista y opiniones sobre temas diversos.
Ignacio del Valle hace de su Web un perfecto escaparate desde el que ofrece numerosos detalles de su novela “Los demonios de Berlín”, mientras que en su blog El marfil de la torre aprovecha para dejarnos otras reflexiones cotidianas.
Álvaro Colomer despliega en su Web diferentes enlaces a sus obras y trabajos periodísticos vinculando a su blog El arquero las diferentes reseñas y artículos publicados en el diario La Vanguardia.
No menos activa es la escritora Isabel Núñez que ha convertido Crucigrama en un auténtico cuaderno de bitácora, recurso literario en sí mismo en el que de manera puntual y prolija desgrana sus impresiones casi a diario.
Cierto que estos autores han encontrado editor y la Web es un recurso promocional o de publicación alternativa, pero si el escritor huérfano de valedor y de dinero persiste en el intento de ver su obra convertida en libro de papel, puede acudir al Crowfunding como fórmula de financiación recurriendo a pequeñas aportaciones altruistas.
Lánzanos fue la plataforma elegida por el poeta Julio Igualador para recaudar los 1.200 euros invertidos en el proyecto In-absent(i)a. Por su parte, la autora e ilustradora Clara Nubiola consiguió los 1.750 euros necesarios para publicar “La guía de las rutas inciertas” en Verkami, plataforma Barcelonesa que como Lánzanos está principalmente vinculada al sector cultural.
Ideas no faltan y recursos tampoco, hay quien llevado por una imparable vocación promocional tira de recursos más propios de otras artes creando el Booktrailer como fórmula de presentación en sociedad a través de plataformas como Youtube.
Pero quizás uno de los ejemplos más impresionantes en lo que a autoedición digital se refiere sea el del americano John Locke, autor de bestsellers, como Vegas Moon o Saving Rachel. Mediante la herramienta Kindle Direct Publishing (KDP), que permite publicar directamente en formato Kindle y vender a través de Amazon, ha igualado en ventas al sueco Stieg Larsson superando el millón de ejemplares vendidos en este portal.
Pero para quien todo lo digital siga sonándole extraño, tenemos el caso más próximo de Eloy Moreno, autor en formato papel de El bolígrafo de gel verde, fenómeno editorial que sin salir de Castellón, su ciudad, ha conseguido vender 3.000 ejemplares.
Podríamos seguir bastante más, ejemplos no faltan, pero no se trata de atribular más si cabe a nuestro consternado y desvalido autor.
Queda claro que los recursos están ahí para quien quiera trabajarlos, ahora toca ordenarlos, priorizarlos y trazar un plan de trabajo que nos lleve al objetivo propuesto.
Como apuntaba más arriba, la fórmula actual es insostenible para el autor y el editor. No tiene sentido que una industria con claros síntomas de colapso se permita poner puertas a la creación limitando el acceso de los autores al mercado del libro, como tampoco tiene sentido que el sector editorial se enroque en posturas obsoletas dando la espalda a lo que está a la vuelta de la esquina y cerrando los ojos ante lo inevitable. Guste o no, Google y Amazon están ahí y han llegado para quedarse.
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