CONSIDERACIONES PARA AUTORES ATRIBULADOS (...parte 1) - 18 de julio de 2011

La publicación el pasado día 10 de julio en el diario El País de un artículo de Juan Goytisolo cuestionando la calidad de los suplementos culturales y en concreto de las entrevistas realizadas a los autores, me ha llevado por eso de las inevitables asociaciones, al enfrentamiento de John Updike con el ensayista Kevil Kelly en octubre del 2008 a raíz de su propuesta de digitalización de todas las bibliotecas del mundo, abogando por una interactividad entre autor y lector reduciendo todos los libros a una gran publicación enlazada a través de un extensa red mundial de vínculos.
Respecto a Goytisolo, de quien en absoluto pondré en cuestión sus cualidades literarias, apunta en su artículo que la tendencia a la promoción de los libros no es más que una pérdida de tiempo y una “tendencia trivializadora impuesta por la moda”.

Por su parte John Updike, aprovechando la controvertida propuesta de Kevil Kelly, proclamó una defensa a ultranza del librero como vínculo entre el autor y el lector a la par que hacía gala de su casi inexistente concesión de entrevistas ni aparición en medios públicos durante sus primeros veinte años de autoría, a pesar de lo cual “la obra escrita se vendía por sí misma y se vendía sola”. Este tipo de posicionamientos, lícitos y comprensibles, no son ajenos a muchos autores consagrados de este y otros países, enormes autores que a pesar de su maestría literaria no son capaces de darse cuenta de cuánto y a qué velocidad cambia el mundo en el que ellos se desenvolvieron, especialmente a partir de esa compleja combinación provocada por las nuevas tecnologías y la crisis económica.

Cuenta Piglia en “El último lector” sobre la consternación de Kafka ante el uso de la máquina de escribir y cómo en la primera carta a Felice le manifiesta que “el inconveniente de escribir a máquina es que uno pierde el hilo”. La máquina de escribir, nos cuenta Piglia, separa históricamente la escritura artesanal y la edición. Cambia el modo de leer el original, lo ordena. De hecho fue inventada para copiar manuscritos y facilitar el dictado, pero rápidamente se convirtió en un instrumento de producción.

Si la aparición de la máquina de escribir tuvo semejante efecto en Kafka, no es de extrañar la desorientación y suspicacia que para muchos autores puede producir la imparable evolución de las nuevas tecnologías.

La primera paradoja está en que todos ellos (como todos los demás) escriben con la voluntad de ser leídos y algunos hasta para ganarse la vida. Por este motivo ceden sus derechos a una editorial, encargada de acercar el libro a los lectores a través de un mecanismo en el que además del autor, del editor y no pocas veces de un agente literario, están implicados el distribuidor y el librero, procedimiento tradicional que todos estos autores han conocido.

Es una obviedad no pocas veces olvidada que el texto generado por un autor, una vez adaptado al formato libro (cualquiera que sea el soporte) y puesto en la cadena descrita adquiere, mal que a muchos parece pesarles, la condición de producto de consumo.  Producto cultural eso sí, pero de consumo, poco diferente en su carácter comercial a una lata de atún o a unas zapatillas deportivas. Y me explico (*):

          • Va dirigido a un público determinado: El 57% de los mayores de 14 años se declaran lectores en su tiempo libre. El perfil medio es el de una mujer, con estudios universitarios, joven y urbana.
          • Satisface una necesidad: Entretenimiento para el 85,2% de los lectores mayores de 14 años
          • Se comercializa a través de unos canales de distribución: Facturación del 52% en las librerías y cadenas y del 10% en hipermercados.
         • Se adquieren mediante el pago de una cuantía económica: Precio medio sin IVA de 12,67 euros en el año 2010.
         • Su comercialización conlleva el logro de un beneficio económico: Facturación en 2010 de unos 995 millones de euros en libros de literatura, infantiles y juveniles.

Estos mismos preceptos son tenidos en cuenta por cualquier empresa que pretenda hacer llegar sus productos a un público determinado, con la finalidad no solo de cubrir una necesidad sino también de aportar un beneficio a esos agentes implicados en el mercado en el cual el libro se desenvuelve. Tal vez el problema de base empiece por ahí, por no entender el concepto de mercado “Conjunto de operaciones comerciales que afectan a un determinado sector de bienes / Estado y evolución de la oferta y la demanda en un sector económico dado”, según acepción de la RAE.

Algo tan fácil de asumir en cualquier otro sector parece que se resiste a la comprensión de muchos autores literarios y lo que es más grave, a muchos editores. En todo ese proceso mencionado, desde la creación por parte del autor a la compra por parte del lector, la adecuada distribución, la promoción y la publicidad juegan un factor relevante sin el cual la venta sale perjudicada y la rentabilización de la inversión es poco menos que imposible.

Banalización de la literatura dirán algunos. En absoluto, digamos mejor dignificación de la cultura y de la industria vinculada a ella, en un país donde hemos interiorizado que como no sirve para nada debe salirnos gratis. La incomprensión de esta realidad unida a la escasa preparación comercial de no pocos editores hace que a veces resulte milagroso entender que este sector pueda salir adelante.

Pero ya entrados en materia y con las primeras reflexiones sobre el mantel, me permitiré avanzar sobre el asunto desmenuzando algunos detalles de poco o ningún interés para los autores consagrados, esos cuyos libros desaparecen de las librerías sin ningún esfuerzo y cuyas obras tienen garantizada su divulgación antes incluso de haber sido escritas. Sin embargo, para los autores que aun no han conseguido su primera aventura editorial o para aquellos que después de plantada la primera pica ven que la experiencia ha sido un fraude y que retomarla en mejores condiciones es poco menos que imposible, tal vez se sientan identificados al leer estas líneas. (...sigue)

1 comentario:

  1. el negocio de las grandes editoriales en todos lados es igual porque muchas son sucursales de las misma en otros sitios, acá en Chile pasa lo mismo, pero a la vez existen muchas editoriales pequeñas independientes que de algún modo le hacen la competencia local, pero como el tema no es local, sin duda esto no tiene solución, son muchos los interéses involucrados para lanzar y divulgar a un autor equis, no siempr etodo lo que hay en las estanterías de las tiendas de libro es aplaudible

    ten una buena semana:)

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