EL PARQUE TEMÁTICO (I)

Este sábado nos hemos ido de parque temático.

Un parque temático viene a ser un espacio catecumenal, una zona de reflexión, un lugar para la celebración de grandes citas familiares aunque también un recurso rayano en lo terapéutico al que las familias recurren como vehículo de cohesión, premio especial a logros remarcables o punto de catarsis para la reparación de esos pequeños desmanes cotidianos que ocasiona el contacto permanente.

El parque temático es como aquella mili ya olvidada, un lugar neutro donde todos caben, desde las familias camuflaje, las más “cool”, espíritus exploradores ataviados a lo Coronel Tapioca, a las más lumpen, las Juaniyosua de tacón de aguja ellas, y camiseta imperio y tatuaje hasta la punta de la rabadilla ellos. Un espacio democrático donde los haya, chuscos y fashions todos a una, todos abocados a lo que se tercie, experiencias de vértigo para el cuerpo y el bolsillo. Porque una vez metidos en gastos ya no viene del sablazo por el Calipo del niño que acabará pringando los dedos del padre mientras los chorretones le cruzan el brazo hasta el mismísimo codo. Tampoco tendrá importancia la puñalada trapera por una cerveza en vaso especial ergonómico estilo Mares del Sur que acarrearemos todo el puñetero día en la mochila y para el que nunca encontraremos un lugar en el armario de la cocina ¿ Y qué decir de ese Pájaro Loco hipertrofiado de dos metros por setenta y cinco centímetros, que lejos de convertirse en una molestia nos colmará de satisfacción al presentarnos ante nuestros vástagos como el perfecto tirador que ha necesitado pulirse 50 euros en balines de copa para cargarse los seis palillos que daban derecho a tan mastodóntico trofeo? Todo un lujo que pasearemos por los cuatro continentes encaramado a la espalda bajo un sol de justicia que nos dejará la frente como la parrilla de un kebab.

En cualquier caso ir de parque temático no suele ser una decisión repentina, sino que exige cierta planificación. Tal como anda la economía, el primer paso consiste en recabar información sobre promociones y otras fórmulas de descuentos que alivien el coste de la entrada.

Una vez identificadas las ofertas es importante que la familia se disponga a colaborar y para ello conminaremos a nuestros allegados a ponerse hasta arriba de refrescos de una marca determinada, rozar la hiperglucemia por consumo de una determinada marca de caramelos o beber agua hasta el delirio de un manantial concreto, guardando siempre la preceptiva etiqueta que nos dará opción a uno de esos descuentos que parecen planificados por un becario de ciencias exactas contratado para hacernos la promoción más entendible.

Alcanzado el número exacto de etiquetas y decidió el día de tan entrañable evento nos ponemos en marcha, camino a la aventura…

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