ANOTACIONES EN MADRID (27 de mayo - 2011) : Parte I – La ida.


A las 6:45 de la mañana el día empieza a iluminarse entre un rasguño de nubes que se parten sobre los campos verdes. El paisaje recuerda el tacto de una alfombra esmeralda sembrada de encinas que ondula trazando lomas contra el cielo. Son vegas de cereal que a veces alternan con porciones rectangulares de tierra ocre recién labrada. Más adelante los hayedos se prolongan y acercan, alcanzando las vías del tren. A veces cruzamos pequeñas quebradas de rocas barrigonas, arcilla roja tronchada formando accidentados perfiles. Al fondo destaca el pináculo de una iglesia que luego atravesamos, elevándose sobre las casas de una pequeña población que desconozco. La luz va poco a poco perdiendo el tono naranja y se expande en una claridad uniforme mitigada por amasijos de nubes.

Son las primeras sensaciones producidas por el paisaje de un viernes que empieza a despuntar. Dentro, en el vagón, a pesar de haberme encajado los cascos cuanto he podido, la voz de un tipo zafio se impone como un rumor incómodo a la melodía de Pergolesi de la que intento disfrutar. Una bola grande de grasa en pantalones cortos, gorra de visera, una pierna escayolada y cara de pan, todo en consonancia con esa voz taladrante que altera cualquier asomo de bondad proveniente del paisaje.

El empleado del vagón restaurante abre la portezuela del bar. Como si no tuviese que ver con él, se limita a anunciar que no hay de nada. Una avería, dice, una avería técnica que ha dejado sin luz los vagones. Una niña de unos ocho años cruza desde el fondo y le pide con timidez algo que el tipo de la cantina no entiende. 

-Breackfast - le insiste con el mismo apocamiento al interventor.
-¿Breackfast? - repite este con cara de sorpresa, como si lo normal a las siete de la mañana en la cantina de un tren fuese pedirle una caja de tornillos.
-Avería. No hay breckfast.

Y ella se vuelve con aire de decepción y cara de haber cometido un error.
Otra vez he vuelto a viajar en litera, comparto espacio con cinco desconocidos y aunque en la página Web de RENFE me ofrecieron elegir altura, la virtualidad o la ineficacia me asignan una del medio en lugar de la inferior seleccionada. En mi personal ranking de inefables compañías, proclamo como incontestable vencedor al que este año ocupa una de las literas del tercer nivel. Sus ronquidos han sido constantes, la sucesión ininterrumpida, la intensidad impecable, apenas alterada por algún contrapunto de tono y extensión desigual que, como los buenos oradores, estoy convencido que pone en práctica para evitar la dispersión de la audiencia y obligarnos a estar pendientes de sus gruñidos.

En un primer momento mitigo sus arrebatos visionando en el portátil “Kafka, la verdad oculta”, obra de Steven Soderbergh con Jeremi Irons de protagonista. A la media hora el sueño me vence y sustituyo los auriculares por dos tapones de silicona con los que a punto estoy de reventarme los tímpanos en un intento inútil por anular los ronquidos del de arriba.

A las seis treinta de la mañana los aseos presentan el mismo aspecto del año pasado: un hilo de agua fluyendo del grifo y la misma ausencia de jabón en los dispensadores. A pesar de todo cada año repito. Lo he convertido en un ritual, solo apto para entusiastas amantes de emociones fuertes y refractarios a pagar un dineral por un AVE que me veo obligado a tomar en esa estación denominada Tarragona Camp, ubicada en ninguna parte, en medio de la nada, prototipo de la ineptitud (o de intereses poco confesables) de las autoridades responsables de hacernos la vida más cómoda. Tal vez en el fondo lo mío no sea más que un acto de sutil contrición, una manera de redimir los pecados cometidos.
La luz del exterior es ahora taimada y triste. El día será gris, acompañado tal vez por claros espaciados por donde el sol encontrará un respiro.
El paisaje sigue siendo el contrapunto a un tren decadente y obsoleto, tan acorde al país que da miedo. De pronto todo se desvanece, la oscuridad total acapara el vagón, atravesamos un túnel a punto de alcanzar Chamartín. La avería eléctrica vuelve a manifestarse. Entramos en la estación con cuarenta minutos de retraso.

(Parte II: Con los “indignados” en la Puerta del Sol)

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