FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2005 (28 y 29 de mayo)




Feria del Libro de Madrid 2005



Madrid ardía, aunque eso ya era previsible a las seis de la mañana, cuando desde el tren y a falta de una hora de viaje el día ya alboreaba limpio de nubes. Pasé la noche en una litera acunado por el traqueteo constante del vagón y cuando irrumpí en Callao a las siete treinta de la mañana, la calle era un paisaje exhausto donde algunos terminaban la noche y otros empezábamos el día.

Ocupé las horas con prensa y cafés, y a las diez de la mañana rastreaba el parque del Retiro poblado solo por el trino de los pájaros y los resoplidos de los corredores más madrugadores.

Visitar la Feria del Libro de Madrid no es menos agotador que el esfuerzo de los atletas más tempraneros y conviene dosificarse si uno se enfrenta a un maratoniano fin de semana inmerso en el mundo de las letras.

La de este año es una feria para los más jóvenes y, tanto el Pabellón Infantil como el del Ayuntamiento de Madrid, dan acogida a numerosos actos destinados al público más menudo.

Poco tardaron en anunciarse por megafonía las primeras apariciones de escritores dispuestos a estampar dedicatorias, Zarraluki, Llamazares, Vidal Folch, Gonzalo Suárez, Mateo Díez, Ruiz Zafón, Mendicutti, Eslava Galán, J.L. San Pedro, Cercas, Javier Marías… También llegó Delibes hijo, incapaz de sacudirse de encima la recurrente sentencia “hay que ver como se parece a su padre”. No faltaron los mediáticos Concha Velasco, Nacho Duato, Pablo Motos, Carmen Sevilla… que lo mismo te animan un desfile de modas que prologan un congreso de taxidermistas. Me gustó que una de las aglomeraciones más tempranas fuese la provocada por la valenciana Laura Gallego que, cuanto menos, consigue encandilar con su narrativa fantástica a todo un séquito de adolescentes.

Avanzar entre las casetas era también ir topando con todo tipo de reclamos: Una manifestación que a golpe de megáfono solicitaba la condonación de la deuda externa para los países pobres; sufridos figurantes que bajo la solana de la mañana uno se los imagina convertidos en jamón cocido dentro de sus disfraces blindados; Don Quijote y Sancho transformados en lata de refrescos; la ratita Maysi resoplando al borde de la deshidratación y una especie de rey blanco con el logotipo de Anaya en la corona, que a la sombra de El Mundo regalaba globitos a los niños.

Entretanto aproveché para escuchar a Tobias Wolf que, acompañado por Paz Soldán, presentaba su libro “Vieja escuela”. El aire acondicionado de las carpas justificaba por si solo un receso en el camino.

Por la tarde descubrí el retiro sembrado de boy scouts uniformados, grupos de cristianos cantando y salmodiando en busca de adeptos, tarotistas, un Sreck de pega con una cesta a los pies dispuesto para hacerse fotos con los niños, un Piolindo astroso incapaz de tentar a nadie, treinta y cinco grados de calor y dos gaiteros gallegos a ritmo de muñeira.

Muy interesante la presentación de “La ciencia y el Quijote” en el pabellón Martín Gaite, un libro de varios autores dirigido por José Manuel Sánchez Ron que nos acerca al estado de la ciencia en la época cervantina.

Mas tarde se presentó la campaña “Pobreza cero” un proyecto noble y una causa justa a la que se han adherido numerosos escritores y artistas que, con auténtico fervor y, desde mi punto de vista, bastante ingenuidad, defendieron públicamente con breves intervenciones.

Gonzalo López presentó con loable entusiasmo su recién creada “Editorial Inéditor”, acompañado de sus primeros autores Félix Chacón, Germán Temprano y Susana M. Veiga. Asistí por la curiosidad de conocer a alguien que un se atreve a apostar por un proyecto de estas características. Mis mejores deseos, de corazón.
Ni los pies ni el ánimo me dieron para más.

Desfilé de madrugada por el Populart, el Café Central, Cardamomo y la Negra Tomasa. Demasiada gente en todas partes para disfrutar de su música y de su ambiente. Madrid bulle en exceso los fines de semana y yo me he vuelto un misántropo celoso de su espacio vital. Después caí rendido en una cama descubierta a última hora, en un hostal que olía a fritanga y a piso antiguo con gato.

El domingo nació entre brumas, frescor y unas nubes tentadas a echar agua. Volví al Retiro y a sus libros. La mañana encapotada fue el mejor atractivo para un público que a primera hora desfilaba ya en masa frente a las casetas. En el pabellón de actividades culturales Carmen Martín Gaite, Luis Rojas Marcos departía sobre el optimismo y las ventajas del pensamiento en positivo diseccionadas en “La fuerza del optimismo”. En las dependencias del Círculo de Lectores se rendía homenaje a Carmen Martín Gaite y se presentaba su obra “Cuadernos de Nueva York”.

Cuatro gotas muy tímidas nos hicieron levantar la vista hacia el cielo que se arrobó ante tanta mirada expectante, conteniendo el agua entre las nubes.

Dejé la feria a mis espaldas, también a los cantantes, las barcas del lago, los músicos y los vendedores de globos. Crucé frente a la Puerta de Alcalá que lucía una banderola olímpica y me despedí de La Cibeles y de sus leones. Agoté la tarde por Gan Vía y al llegar la noche retomé el tren de vuelta encerrado en un compartimento con cinco financieros de Singapur que querían conocer Barcelona.

La noche fue una incansable procesión de saetas de luz cruzando por la ventana.

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