CIUDAD HUECA


Foto fachadas Casa Batlló y Casa Ametller

Siempre abandonaba la estación por la misma salida, la que emergía frente a la fachada principal de la casa Batlló, frente a los balcones de forja de la casa Ametller, sus capiteles, el gablete azulejado y sus arcos neogóticos. Un fogonazo de claridad me transportaba a la inamovible realidad de aquella acera donde nunca faltaba un turista embelesado en las contorsiones mágicas de la casa de ensueño.

El trasiego de cosmopolitas, urbanitas satisfechos atravesando las aceras con zancadas resueltas, alejándose de la incertidumbre de los descontentos, de los pusilánimes. Una ciudad hecha de figurantes, de personajes elegidos para un instante que volverán a sus casas tras unas horas de rodaje. La ciudad superficial, inútil y frágil como las cutículas de piel que saltan bajo el contacto de la cuchilla.

Me fijaba en ellos, mucho más en ellas y les descubría un posado de marcialidad y arrogancia que los definía como triunfadores, puede que ocasionales, bajo la tutela de aquellos edificios venerables, ebrios de su misma soberbia y optimismo.

También yo sentía en mis piernas la inercia de su vitalidad, el contagio de su altivez a través de la sombra que proyectaban contra el asfalto, y trataba de encontrarle el pulso a aquella ciudad que veía abocada a una espiral de decadencia mientras para otros relumbraba como un astro ante el que planetas menores estaban obligados a claudicar.

Pero quién era yo para dudar de una verdad que parecía incuestionable, premisa contra el recelo y el estigma. Y esa era precisamente la primera sombra de duda: la irrebatible bondad consensuada por una comunión de voceros, ponía la ciudad bajo sospecha erigiéndola en gigante con pies de barro.

Los decretos convenidos ni imprimen grandeza ni convierten en marfil las torres de arena. Sin la ósmosis espontánea no se engendra la auténtica vitalidad y yo aborrecía la carga laudatoria de los mensajes inventados, de las consignas manipuladas que nos vendían un vergel donde yo solo veía un erial.

La ciudad palpita a diario por las arterias que desfilan de los despachos a los sumideros. Un pálpito desigual, contracciones distintas para una misma geografía, vitalidades ajenas a estatuas humanas, paseos modernistas y puestos de flores, un bombeo provocador e ignorado que crepita desde los rincones escondidos.

Las voces espontáneas que se diluirán en el cauce convenido, ahogadas por el consenso, como el fajo de tallos que anula las flores y las convierte en manojo.

Solo así se las permitirá ser escuchadas.

19 abril 2005

No hay comentarios:

Publicar un comentario