(Imagen importada de Internet)
Eran las nueve y veinte de la noche y por encima de las nubes el cielo era tan azul y la claridad tan intensa que el día parecía acabado de nacer.
La masa esponjosa y tupida que se abarcaba bajo el aparato, era una trampa lechosa que se interponía a un mundo más siniestro y distante.
Ante el descubrimiento de la asombrosa realidad que se nos revelaba de pronto, sentía que, enredado en los entresijos de las nubes, podía esconderse cualquier cosa, la respuesta a las apariciones de los sueños, a las pesadillas y a las aflicciones que nos someten en la noche.
La exorbitante claridad celeste y las frágiles colinas de vapor abrían esperanzas a la posibilidad de que, por encima de la realidad del suelo y mucho más allá de la congoja diaria, pudiésemos encontrar un recodo reservado donde vivir para siempre, iluminado por la incandescencia del sol que no parecía eclipsarse nunca.
Para mi padre.