Il fantasma, sexto movimiento del concierto Risognanze de Niccolò Castiglioni. Casa da Música , Oporto.
Al chico de la tercera fila le suenan las tripas provocando una interferencia con la arpista cuando se dispone a iniciar un lánguido pasaje ante el público atento y sobrecogido por la intensidad de las piezas. Brevedades que transportan a casas encantadas, historias con muertos redivivos flotando en las atmósferas de los edificios que se desmoronan a cientos entre las calles de Oporto. Escuchando a Castiglioni, incitado por la inoportuna revelación de los intestinos del joven de la tercera fila, despunta la casa del león. Número 25 de la plaza de Almeida Garret. En el último piso, en el centro del friso que orla la fachada, el relieve blasonado de una cabeza de león se encara hacia el extremo opuesto donde se levanta la estación de San Bento. Un día gris de lluvia contenida, una mañana tiznada de nubes que se comprimen contra una ciudad bendecida por los eternos graznidos de las gaviotas.
Oporto, ciudad de iglesias, de casas desvencijadas y gaviotas, donde el tiempo parece haberse detenido en falso dejando la huella de su paso en las paredes de sus casas. Una esencia de melancolía permanente embriaga cada rincón de las calles incluso los días de sol radiante. Un triste efecto de nostalgia se desprende de esas fachadas venidas a menos, edificios que alguna vez mostraron la hidalguía de una ciudad que languidece a orillas del Duero. Ciudad de balcones herrumbrosos, de ventanales desnudos donde flamean los colgajos de viejos cortinajes, guedejas de visillos ennegrecidos, confiando en que la intemperie los desprenda para siempre de las ventanas. Toda historia tiene un momento de evocación, el rugir de tripas de un joven zafio fue uno de ellos.
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