Aunque me resulte un poco chocante, cada vez confío más en las sugerencias literarias de otros. También confieso que compro libros por el diseño de las tapas, por el grosor del lomo, por el aspecto de la persona que lo está hojeando, por el estado de ánimo en el que me encuentro y que desconfío de los que me recomiendan libros por Sant Jordi, especialmente si solo me recomiendan libros por Sant Jordi.
Reconozco que en un mercado editorial cada vez más disperso y con una crítica literaria condicionada por las exigencias de los medios, necesito recurrir a las más diversas referencias para decidir cual será la próxima lectura.
Los “Relatos de Kolimá” los sugirió Isabel Núñez en uno de los encuentros sabatinos que una vez al mes nos congregan en el Hotel Duques de Bergara de Barcelona a los integrantes de la Tertulia Literaria Jacarandá. Isabel Núñez es una buena autora de relatos y su punto de vista me pareció digno de crédito. Y no me equivoqué.
Varlam Shalámov (1907-1982), leninista y crítico con el estalinismo, pasó diecinueve años de su existencia recluido en Kolimá, uno de los campos de trabajo más duros de los que configuraban el llamado archipiélago Gulag. Posteriormente fue declarado inocente y rehabilitado en el año 1956, a pesar de ello nunca gozo de una libertad absoluta y murió en el año 1982, en un manicomio en el que fue internado en contra de su voluntad.
En unas condiciones infrahumanas que llevaron a la muerte a millones de desafectos con el régimen de Stalin, Shalámov fue recogiendo las extremas vivencias que nutrirían posteriormente los ciento tres relatos escritos tras su liberación en el año 1953.
Más allá de la tragedia personal y desde una perspectiva creativa, los frutos obtenidos de esos años de internamiento han dado como resultado unos relatos de excepcional calidad literaria. Tras el abandono del campo de trabajo en el año 1953, Shalámov inicia la escritura de estos textos que verán la luz por primera vez en Londres en el año 1978, demorándose su publicación en Rusia hasta el año 1987.
Shalámov aborda el complejo proceso de escritura desde una perspectiva autobiográfica y desde el más crudo realismo. Perfecto conocedor de las entretelas del género y sin olvidar la aportación que los textos podían representar para la exposición de las atrocidades cometidas, el autor recurre al relato como fórmula narrativa. El relato al servicio de la autobiografía a la vez que instrumento de denuncia.
La conmoción del lector ante los hechos descritos no se produce por la magnitud de la tragedia sino por la relevancia que el autor concede a los detalles. El delirio con que un recluso paladea unas migajas de pan, está emocionalmente muy por encima de la hambruna generalizada a la que los internos están sometidos. El valor incalculable de los harapos de un muerto, la expresión de amistad que supone compartir unas hebras de tabaco supera con creces la pormenorizada descripción de la magnitud de la tragedia. La narración es tan concisa y parca como precaria es la propia existencia del recluso. El ritmo es preciso, ayudado por una escritura sin adornos, directa al estómago del lector, sin concesiones ni melindres.
Shalámov busca en esos primeros planos narrativos lo que una visión más global correría el riesgo de desenfocar. No quiere que sus penurias se difuminen entre otras miles, no concibe que su hambre o su frío se pierdan en un argumento a vista de pájaro. Sus miserias son las suyas, su experiencia es la que vale y de esa concisión sacará el lector los elementos de juicio para concluir que las víctimas tenían cada una un rostro y que el infortunio, más allá de ser compartido, tiene sentido cuando se muestra encarnado en personajes con vida propia.
Reconozco que en un mercado editorial cada vez más disperso y con una crítica literaria condicionada por las exigencias de los medios, necesito recurrir a las más diversas referencias para decidir cual será la próxima lectura.
Los “Relatos de Kolimá” los sugirió Isabel Núñez en uno de los encuentros sabatinos que una vez al mes nos congregan en el Hotel Duques de Bergara de Barcelona a los integrantes de la Tertulia Literaria Jacarandá. Isabel Núñez es una buena autora de relatos y su punto de vista me pareció digno de crédito. Y no me equivoqué.
Varlam Shalámov (1907-1982), leninista y crítico con el estalinismo, pasó diecinueve años de su existencia recluido en Kolimá, uno de los campos de trabajo más duros de los que configuraban el llamado archipiélago Gulag. Posteriormente fue declarado inocente y rehabilitado en el año 1956, a pesar de ello nunca gozo de una libertad absoluta y murió en el año 1982, en un manicomio en el que fue internado en contra de su voluntad.
En unas condiciones infrahumanas que llevaron a la muerte a millones de desafectos con el régimen de Stalin, Shalámov fue recogiendo las extremas vivencias que nutrirían posteriormente los ciento tres relatos escritos tras su liberación en el año 1953.
Más allá de la tragedia personal y desde una perspectiva creativa, los frutos obtenidos de esos años de internamiento han dado como resultado unos relatos de excepcional calidad literaria. Tras el abandono del campo de trabajo en el año 1953, Shalámov inicia la escritura de estos textos que verán la luz por primera vez en Londres en el año 1978, demorándose su publicación en Rusia hasta el año 1987.
Shalámov aborda el complejo proceso de escritura desde una perspectiva autobiográfica y desde el más crudo realismo. Perfecto conocedor de las entretelas del género y sin olvidar la aportación que los textos podían representar para la exposición de las atrocidades cometidas, el autor recurre al relato como fórmula narrativa. El relato al servicio de la autobiografía a la vez que instrumento de denuncia.
La conmoción del lector ante los hechos descritos no se produce por la magnitud de la tragedia sino por la relevancia que el autor concede a los detalles. El delirio con que un recluso paladea unas migajas de pan, está emocionalmente muy por encima de la hambruna generalizada a la que los internos están sometidos. El valor incalculable de los harapos de un muerto, la expresión de amistad que supone compartir unas hebras de tabaco supera con creces la pormenorizada descripción de la magnitud de la tragedia. La narración es tan concisa y parca como precaria es la propia existencia del recluso. El ritmo es preciso, ayudado por una escritura sin adornos, directa al estómago del lector, sin concesiones ni melindres.
Shalámov busca en esos primeros planos narrativos lo que una visión más global correría el riesgo de desenfocar. No quiere que sus penurias se difuminen entre otras miles, no concibe que su hambre o su frío se pierdan en un argumento a vista de pájaro. Sus miserias son las suyas, su experiencia es la que vale y de esa concisión sacará el lector los elementos de juicio para concluir que las víctimas tenían cada una un rostro y que el infortunio, más allá de ser compartido, tiene sentido cuando se muestra encarnado en personajes con vida propia.
Muchísimas gracias por tu generosa referencia, José Luis. Es verdad que Shalámov saca oro de esos sufrimientos porque sus relatos son maravillosos. En ese intervalo de vida tras su reclusión se carteó con los mejores escritores rusos, que reconocieron su valor. Pero luego el pobre enloqueció. Una vez leí en Internet una carta suya explicando que al salir de Kolyma nunca había podido comer patatas, que le recordaban a la tierra y al hambre...
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