FELICES...MAL QUE NOS PESE


Esta tarde, al abandonar una conocida tienda de prendas de vestir, un rótulo escrito con tiza al final de una escalera me recuerda que no me olvide de ser feliz. Una cadena de televisión me informa esta semana sobre un grupo de personas que ha tomado las calles con la voluntad de contagiar su risa insustancial a todo aquel que se cruza en su camino. Comanda la expedición una cincuentona de falda larga y plisada que me trae a la memoria la imagen de una progre desnortada recuperada de finales de los setenta.
Hace poco me entero de que otro colectivo iluminado por el deber de la felicidad irrenunciable anda dedicado a regalar abrazos, como si los demás estuviésemos ávidos de sus afectos.
Y así una tras otra, no hay semana que no descubramos una legión empecinada en hacernos felices a toda costa. Porque, mira por donde, no ser feliz no está de moda; ser un cenizo aburre y tener que aguantar las amarguras de los otros es un tostón insuperable en un mundo de bonhomía y placidez.
El estribillo de aquel “Don't Worry Be Happy” que Bobby McFerrin convirtió en éxito del verano, amenaza ahora con volverse documento fundacional de una nueva horda de iluminados, la de los incondicionalmente felices, empeñados en edulcorar una realidad que da para pocas coñas, ignorando que esa especie de limbo en el que pretenden vivir no es más que un estadio cercano a la imbecilidad que, por si fuera poco, se lo pone a huevo a todos esos que pugnan porque levantarnos de la cama a diario sea un reto cada vez más difícil de cumplir.
Con la más absoluta contundencia reivindico mi dosis de infelicidad, mi cuota de desesperanza y mi porción de mala gaita, y pido por ello a las legiones de risueños conformistas, besucones entusiastas y amantes del achuchón sobrevenido que se abstengan de aleccionarme con sus mensajes.
Vivir en el mundo quiere decir participar de sus dichas y, más que nos pese, también de sus desdichas. Ambas son en su mayoría productos del hacer humano y ambas forman parte del dilema cotidiano que significa existir.
El ser humano es un organismo complejo, muy desconocido en aspectos fundamentales y si algo caracteriza nuestra esencia es esa capacidad para el raciocinio y la reflexión, aunque a veces esté bastante devaluada. Es nuestro destino estar sometidos al envite de fuerzas contradictorias y vivir abonados a una forma de existencia en la que el poder, el éxito, el sexo y el dinero configuran los cuatro grandes pilares de la religión más venerada. Interactuar con esos principios, subsistir entre ese entramado de corrientes ambivalentes representa aprender a convivir con sentimientos contradictorios.
Esquivar las emociones incómodas es darle la espalda a una parte del ser humano. Ser feliz a cualquier precio es ponerse a la altura de los enajenados y de la falta de raciocinio. Los afectos negativos no están ahí para ser ignorados sino que han de ser identificados, evaluados, reconocer su origen y todo con la voluntad de poderlos revertir y transformar en estados positivos.
Cada día de nuestra vida viene cargado de munición diferente y es nuestra responsabilidad gestionarla. Pero ¿negar los conflictos? ¿Ocultarlos? En absoluto. El pesimismo, el desánimo o la infelicidad son emociones tan respetables como sus opuestas. A veces conviene tocar fondo para reconocer lo que de valor se esconde en los detalles cotidianos. Lo positivo se significa por su oposición a lo negativo, todo tiene una imagen especular por más que algunas valoraciones obedezcan a convencionalismos de una época: lo bello respecto a lo feo, lo bueno frente a lo malo, la felicidad frente a la tristeza o el éxito contra el fracaso.
Así que, besucones irredentos, felicísimos pedantes y abrazadores compulsivos, dejadme vivir en paz con mis amarguras que de ese padecimiento brotarán mis ilusiones.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo José Luis. Muchas de estas personas que siguen la moda del mensaje positivo, cuando llega el día en que tienen que escuchar la desdicha del otro, su amargura, no escuchan de verdad. Te dan el abrazo, una sonrisa y ¡hala! ahí te las compongas. ¿De qué te sirven las tiritas si no desinfectas la herida? Pero no hay tiempo. Y sí, son muchos los que creen que a base de repetirnos a nosotros mismos un mensaje positivo las cosas nos irán bien. Yo lo he intentado y no me funciona. Dicen que es que hay que creérselo. Como lo de los milagros, vaya.
    ¡Ah! Se me olvidaba, cuidado con los abrazos que te pueda ofrecer un desconocido en medio de la calle, con la excusa de contagiarte la felicidad. Son una de las mil y una técnicas que usan los carteristas de nuestra ciudad.
    Un abrazo (pero de los de verdad, que digo yo),
    Mar

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  2. Ciertamente, agota el ansia ajena porque seamos Felices. También aquella que nos manda y ordena ser Sanos. Y, finalmente, la que nos entrega a la neoteología de la Seguridad. Hay una ola unánime que desconfía de la vida y lucha por incorporarnos a los plácemes asépticos del "todo controlado", simbolizado en la triada sano-seguro-feliz. Bien, es la nueva mascarada para conllevar la atractiva complejidad que nos envuelve, que esos salvadores consideran intolerable.

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