Escribo estas líneas el domingo 31 de mayo. En el kiosco donde compro la prensa me he hecho con un ejemplar de la revista Qué Leer y entre las primeras páginas descubro una breve reseña insertada en la sección “La divina comedia”, donde la autora Alicia Giménez Bartlett aparece en el “cielo” de este mes, merced al éxito de ventas que “El silencio de los claustros” está teniendo entre el público italiano, geografía donde el último trabajo de la autora ha alcanzado el número uno de la lista de best sellers.
El pasado viernes tuve el placer de presentar su libro en El Vendrell, éramos pocos pero escogidos, por desgracia es lo habitual, he visto demasiadas mediocridades llenar salas y grandes autores hablar en familia, pero esa es otra historia.
Si algo tiene de bueno verse las caras con alguien como Alicia Giménez Bartlett es que la literatura se hace permeable incluso a los que no la consumen. Son autores que crean lectores porque disipan el temor por la cultura y hacen que el libro sea un material de amplio espectro, idóneo para muchos.
Afortunadamente no están la mayoría de autores para remilgos, les gusta dejarse querer, valoran el contacto con los lectores tanto como estos estrechar puentes con los creadores, y ambas cosas se agradecen. La literatura esta inmersa en tiempos de cambio, la facilidad de la comunicación hace que el libro trascienda la lectura y el lector quiere conocer al artífice de la historia, saber más de ella, conocer los disparadores que la generan, los entresijos creativos. Sin ir más lejos, la propia Giménez Bartlett tiene en Facebook una comunidad de incondicionales seguidores (203 hasta el momento de escribir estas líneas) donde se intercambia información sobre la autora y sus obras.
Algunos escritores abominan de ello. El propio Juan Marsé, en la entrevista concedida al programa “El ojo crítico” de RNE tras recibir el Premio Cervantes, declara que es una mentira la pretendida necesidad que los autores, “escritoras principalmente”, tienen de contactar con su público para escribir, es una falacia que no soporta, apunta literalmente. Hay quien comenta que el acercamiento al lector no es más que un acto de egocentrismo.
Respeto, pero no comparto.
Es cierto que en todo autor hay un asomo de vanidad, pero no hay que esperar tanto, se detecta desde el momento en que alguien escribe algo deseando que otros lo lean, y a eso son todos proclives, también los detractores del acercamiento al lector.
Pero volviendo a la presentación de “El silencio de los claustros”. Como trabajo literario me parece que dispone de los ingredientes necesarios para convertirlo en una novela sugerente y recomendable.
El primero, tal vez el más demandado por el lector, es el entretenimiento, algo nada desdeñable cuando se aspira a que la literatura compita con tantas otras alternativas de ocio. Se abren aquí tres escenarios narrativos diferentes que animan a la lectura. Por una parte el argumento troncal que da sentido a la novela, el delito y la investigación policial; por otra el plano familiar, Petra Delicado y Fermín Garzón inauguran estado civil, y los personajes se humanizan por la complejidad de las relaciones, especialmente la de la inspectora con su nuevo marido y sus cuatro hijastros, repentinos y desconocidos. Y el último, el plano personal, el de las inquietudes de la protagonista, el de las flaquezas de su mundo interior y su relación con los demás.
Otro ingrediente de interés, y especialmente indicado para los lectores de novela negra, es que es una historia con trampas, en el sentido más policiaco del término. Quiero decir que se trata de una novela con sorpresas. Como cualquier hecho criminal, el planteamiento de la línea de investigación surge de una serie de suposiciones derivadas de unos indicios. Pero en muchos casos será obligado un cambio de rumbo pues los indicios acaban apuntando en otras direcciones, obligando a tomar caminos insospechados que nos llevarán a los finales más sorprendentes.
Como tercer y último detalle, “El silencio de los claustros” tiene la virtud de toda buena novela negra, ser permeable a lo cotidiano, ser creíble. En resumidas cuentas, ser un marco de ficción por el que se trasluce la realidad más inmediata.
Alicia G. Bartlett ha abordado en sus novelas diferentes temas de interés general. La pornografía infantil es tratada en su libro “Nido vacío”, donde por cierto la inspectora Petra Delicado conoce a Marcos, su actual marido. Ha abordado el tema de los indigentes y de las mafias en su obra “Un barco cargado de arroz”. Nos ha hablado de infidelidades en “Serpientes en el paraíso”.
Ahora traspasa los muros sagrados de la iglesia y nos conduce a la intimidad de los conventos. Una historia en la que deja patente que nada es lo que parece, que nada de lo que nos rodea le es ajeno a lo más sagrado y que no hay paredes ni cancelas capaces de impedir que los alargados tentáculos de lo mundano lleguen a cualquier parte.
El pasado viernes tuve el placer de presentar su libro en El Vendrell, éramos pocos pero escogidos, por desgracia es lo habitual, he visto demasiadas mediocridades llenar salas y grandes autores hablar en familia, pero esa es otra historia.
Si algo tiene de bueno verse las caras con alguien como Alicia Giménez Bartlett es que la literatura se hace permeable incluso a los que no la consumen. Son autores que crean lectores porque disipan el temor por la cultura y hacen que el libro sea un material de amplio espectro, idóneo para muchos.
Afortunadamente no están la mayoría de autores para remilgos, les gusta dejarse querer, valoran el contacto con los lectores tanto como estos estrechar puentes con los creadores, y ambas cosas se agradecen. La literatura esta inmersa en tiempos de cambio, la facilidad de la comunicación hace que el libro trascienda la lectura y el lector quiere conocer al artífice de la historia, saber más de ella, conocer los disparadores que la generan, los entresijos creativos. Sin ir más lejos, la propia Giménez Bartlett tiene en Facebook una comunidad de incondicionales seguidores (203 hasta el momento de escribir estas líneas) donde se intercambia información sobre la autora y sus obras.
Algunos escritores abominan de ello. El propio Juan Marsé, en la entrevista concedida al programa “El ojo crítico” de RNE tras recibir el Premio Cervantes, declara que es una mentira la pretendida necesidad que los autores, “escritoras principalmente”, tienen de contactar con su público para escribir, es una falacia que no soporta, apunta literalmente. Hay quien comenta que el acercamiento al lector no es más que un acto de egocentrismo.
Respeto, pero no comparto.
Es cierto que en todo autor hay un asomo de vanidad, pero no hay que esperar tanto, se detecta desde el momento en que alguien escribe algo deseando que otros lo lean, y a eso son todos proclives, también los detractores del acercamiento al lector.
Pero volviendo a la presentación de “El silencio de los claustros”. Como trabajo literario me parece que dispone de los ingredientes necesarios para convertirlo en una novela sugerente y recomendable.
El primero, tal vez el más demandado por el lector, es el entretenimiento, algo nada desdeñable cuando se aspira a que la literatura compita con tantas otras alternativas de ocio. Se abren aquí tres escenarios narrativos diferentes que animan a la lectura. Por una parte el argumento troncal que da sentido a la novela, el delito y la investigación policial; por otra el plano familiar, Petra Delicado y Fermín Garzón inauguran estado civil, y los personajes se humanizan por la complejidad de las relaciones, especialmente la de la inspectora con su nuevo marido y sus cuatro hijastros, repentinos y desconocidos. Y el último, el plano personal, el de las inquietudes de la protagonista, el de las flaquezas de su mundo interior y su relación con los demás.
Otro ingrediente de interés, y especialmente indicado para los lectores de novela negra, es que es una historia con trampas, en el sentido más policiaco del término. Quiero decir que se trata de una novela con sorpresas. Como cualquier hecho criminal, el planteamiento de la línea de investigación surge de una serie de suposiciones derivadas de unos indicios. Pero en muchos casos será obligado un cambio de rumbo pues los indicios acaban apuntando en otras direcciones, obligando a tomar caminos insospechados que nos llevarán a los finales más sorprendentes.
Como tercer y último detalle, “El silencio de los claustros” tiene la virtud de toda buena novela negra, ser permeable a lo cotidiano, ser creíble. En resumidas cuentas, ser un marco de ficción por el que se trasluce la realidad más inmediata.
Alicia G. Bartlett ha abordado en sus novelas diferentes temas de interés general. La pornografía infantil es tratada en su libro “Nido vacío”, donde por cierto la inspectora Petra Delicado conoce a Marcos, su actual marido. Ha abordado el tema de los indigentes y de las mafias en su obra “Un barco cargado de arroz”. Nos ha hablado de infidelidades en “Serpientes en el paraíso”.
Ahora traspasa los muros sagrados de la iglesia y nos conduce a la intimidad de los conventos. Una historia en la que deja patente que nada es lo que parece, que nada de lo que nos rodea le es ajeno a lo más sagrado y que no hay paredes ni cancelas capaces de impedir que los alargados tentáculos de lo mundano lleguen a cualquier parte.
Fue todo un honor estar entre los pocos allegados que decidimos ir a conocer a la faceta humana de la escritora en el portal del Pardo.
ResponderEliminarUno se siente a gusto cuando ve que, pese a la celebridad de cada autor -en este caso Alicia Giménez Bartlett-, que ellos mismos se desentienden de la fama que les persigue y nos enseñan que son personas normales y corrientes, igual que nosotros.
También fue un placer cononcerte a ti, ya que te vi por primera vez en el Visor '09.
Espero coincidir más amenudo y compartir contigo el conocimiento de la literatura y a sus autores.
Un abrazo.
Manel.