LA LLUVIA QUE SIEMPRE VUELVE




Cada año encuentro en Pravia una oportunidad literaria, una suerte que trasciende lo cultural. Otra ocasión para viajar a Asturias, un regreso temporal al paisaje verde y a los cielos grises de mi casa.
Miro, remiro, me empapo de prados, de aire marero, y si puedo, me empapo hasta de la lluvia.
Intento llegar siempre un par de días antes y aprovecho para acercarme a Avilés , a su costa, a los acantilados del Cabo Peñas , me entretengo mirando la marea, las lajas brillando al fondo, y me parece un juego de niños...ahora estoy, ahora me he ido... y vuelta otra vez, y el agua con espumeros en el lomo jugando al eterno ir y venir, al ahora están, ahora no están, de los crestones bruñidos.
En Pravia callejeo, visito Santianes, me acerco a la playa del Aguilar, contemplo las casas de indiano en Somao...Simplemente, vivo.
Hace ya unos años que la AEA (Asociación de Escritores de Asturias)
y el Ayuntamiento de Pravia convierten la villa en el punto de encuentro de un buen número de autores asturianos.
Tres años van ya que asisto, hablo de libros, me encuentro con conocidos, participo y comparto mesa, copas y confesiones con otros iluminados a quienes la palabra escrita conmociona también los sentidos.
Dejé Asturias hace ya bastantes años, pero intento mantener esa perspectiva que da la distancia y que a veces no gusta de puertas adentro, cuando se exponen sin prejuicios las conclusiones que uno va sacando.
Como tantas otras cosas de esta tierra, también las letras asturianas padecen a menudo del mal del olvido, el injusto anonimato de muchos autores que a duras penas trascienden los límites de la propia geografía. Y a poco que uno entre en materia, no hay vez que no surja la inquietante reflexión de si para llegar a algo en la literatura (o en lo que sea) hay que hacer las maletas y marchar. Asturias es una comunidad que envejece, de las pocas que padecen una fuga constante de población, y alguna culpa tendrán también quienes la viven y la gobiernan.
El pasado noviembre, durante la jornada CUARTO CRECIENTE, tuve el privilegio de moderar una mesa redonda con el sugerente título de La lluvia que siempre vuelve, dedicada a autores asturianos afincados fuera del Principado. No conocía a Miguel Ángel Galguera ahora establecido en Valladolid, ni a Ada Menéndez Blanco, gijonesa y vecina de Madrid. Con Fernando Beltrán, el hombre que les pone nombre a las cosas, si había coincidido en varias ocasiones, conocía su poesía y sabía que con él la mesa redonda no podía defraudar. Y así fue, estuvo brillante en el emotivo relato de su reencuentro con Asturias. Pero tampoco defraudo la expresiva timidez de Ada, ni la evocadora defensa de la lluvia de Miguel Ángel Galguera.
Por supuesto, volveremos otra vez a reencontrarnos en Pravia. A poco que pueda, no será mi ausencia la que deje un hueco en esa cita con las letras.

Dejo aquí mi breve aportación a la mesa LA LLUVIA QUE SIEMPRE VUELVE

Ahora vivo en Tarragona, pero cuando era un crío de doce años, me llevaron a vivir a Sevilla. En casa teníamos un Seat 850 especial, 843 cc, 47 caballos, y asientos de scay granate, a juego con el color de las nalgas cuando en verano posábamos el culo sobre el asiento.
Cada año en agosto, arrancábamos rumbo al norte y transitábamos por la Ruta de la Plata (Calzadilla de los Barros, Zafra, Baños de Montemayor, Pola de Gordón...) en un viaje de leyenda hasta Asturias.
El sol consumía el alquitrán del firme de unas calzadas mal asfaltadas y de dirección única. España se nos abría en canal y tras los olivares andaluces, cruzábamos la meseta, los campos de Castilla, extensiones de cereales resecos bajo el sol. Y el interior del 850 era un horno azotado por el aire quemante que atravesaba las ventanas.
Sólo después de muchas horas alcanzábamos las primeras gargantas de roca de los montes astures. Y allí estaba, la sempiterna niebla y los desniveles del Pajares. Adentrarse en Asturias era internarse en un mundo de otra dimensión, un territorio de brumas, lluvia y verdor del que yo me sentía parte. Como el personaje de un relato élfico, alguien que retorna a un mundo alimentado por el agua y envuelto por una burbuja de cielos herméticos.
Para Leonardo Sciascia un hombre es aquello que sus diez primeros años de vida han hecho de él. Mis primeros años los pasé en Asturias, dejé de habitarla a los once, pero nunca dejé de vivirla.
Como un día me apuntó mi migo Carlos Villarrubia: El origen es una sombra paralela, si no te persigue te acompaña.


...Y por la noche los poetas recitaron y el verbo se hizo canción. Aunque la calidad de la imagen es bastante deplorable, os invito a escuchar a Pelayo Fueyo y Javier Lasheras leyendo sus poemas.

LECTURA POÉTICA (clica para ver)

1 comentario:

  1. Anónimo3:38 p. m.

    Pravia, precioso. Asturias impresionantemente verde. Hasta ahora, porqueque... ya no llueve.
    Muy bonito rememorar esta hermosa tierra.
    Saludos.
    Celia Alvarez.
    www.Celiaalvarezfresno.com

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