ENCUENTRO CON RAÚL ARGEMÍ


Fotografía tomada en la Tertulia Literaria Jacaranda (Barcelona 24-9-05)


Nos sentamos a charlar en uno de los salones del hotel Duques de Bergara de Barcelona y su única urgencia es hacerse con un cenicero que las horas y las pitadas irán colmando de colillas.

Raúl Argemí podría ser un personaje de sus propias historias, un figurante de aspecto marmóreo y recio que pide la baja al autor cuando los años empiezan a desmayarle ese perfil severo que el tiempo y las arrugas ponen bajo sospecha.

Los dos pequeños peces tatuados con imprecisión en su antebrazo izquierdo, dan fe de un pasado entre escenarios difíciles, muy alejado de ese contorno de tiralíneas que confiere el aura de la intelectualidad.

Conocí esos tatuajes imperfectos en el servicio militar. Para muchos formaban parte del mismo ritual de iniciación, otra forma de perder la virginidad, sometiendo la piel a la laceración de unas agujas emparedadas entre dos mondadientes. Desconozco el significado de esos peces en la piel de Argemí y me olvido de ellos cuando entre las primeras volutas de humo, destapa su naturaleza de narrador incombustible, de contador de historias que me permite descender a los paisajes más recónditos de la Patagonia sin haber puesto nunca los pies allí. Esa es la peculiaridad, tal vez la riqueza de la literatura, el libro tiene tantas lecturas como lectores.

Una de las facetas más cautivadoras de Argemí es su crónica embaucadora. Como la de esos personajes de sombras trémulas que al calor de la lumbre y de los tragos de mate, relatan “sucedidos” en los parajes más profundos de la Argentina rural. “Sucedidos” que parecen beber de las mismas esencias del realismo mágico o que, sin ir más lejos, podrían ser concebidos por la misma fantasía que evoca los “aventis” con que los personajes más jóvenes de Marsé perfilan una realidad nueva, apartada de las miserias de posguerra.

Una constante inevitable que parece gravitar sobre sus historias es la fragilidad de las identidades. Una persistencia justificada para quien la clandestinidad política y los años de prisión forman parte de su biografía. Dice Raúl que el nombre propio es inmerecido, es un regalo de bienvenida, será la historia particular la que nos bautice con los apodos que merecemos. Uno es lo que le dejan ser y en ciertas circunstancias uno puede ser cualquier cosa.

Esta singular forma de entender la vida se apodera de su novela “Penúltimo nombre de guerra”; una novela tramposa, según el mismo confiesa. No nos resistimos a la necesidad de poner imágenes a los personajes, pero en esta historia las apariencias son solo un juego de espejos trucados y página tras página, el lector ve sus sospechas frustradas, hasta llegar a la conclusión de que la identidad es inconsistente y múltiple.

También los seres más abyectos tienen identidades adorables. Como él mismo nos cuenta, entre atrocidad y atrocidad, el bárbaro tiene tiempo de pasear al perro, acariciar a sus hijos y emocionarse con una canción. Y eso nos horroriza, su camaleónica capacidad para camuflarse entre nosotros, mostrando su apariencia más adorable.

En otros casos la maldad es impostada, es un esfuerzo del personaje por hacerse creíble y se inviste de una personalidad que le imprima la pátina de autoridad y determinación necesarias para incurrir en el delito.

“Patagonia chu chu” es un relato de hombres buenos, incapaces de ser otra cosa. Una novela lineal, como los raíles por donde circulan los vagones de la “trochita” que son el escenario de esta historia de iluminados.

Genaro Manteiga se trastoca en Bairoleto, un bandido rural elevado a los altares por la gente del pueblo, mientras Haroldo Boccini se siente imbuido por el arrojo de su presunto abuelo, el pistolero Butch Cassidy, que dejó sus huellas en la Patagonia.

Amparados por el brillo mágico de los sobrenombres, sus apodos quieren ser la prolongación imposible del personaje, la máscara transparente bajo la que se trasluce la inevitable naturaleza de Genaro Manteiga y Haroldo Boccini.

“Penúltimo nombre de guerra” es una novela negra de personajes turbios y entreverados, un relato de múltiples aristas con un enigma en el trasfondo que arrastra al lector por callejones sin salida. “Patagonia Chu Chu” es una historia de aventuras, un western en un escenario árido e infinito donde la maldad se queda solo en un intento.

La misma inquietud por las identidades plasmada en diferentes arquitecturas literarias. En todo caso, historias siempre por las que el lector se dejará llevar sin sentirse defraudado por el autor.

Raúl Argemí nació en el año 1946, en la Plata (Argentina). Actualmente vive en Barcelona.

Con su obra “Penúltimo nombre de guerra” gana los premios de novela “Luis Berenguer de S. Fernando de Cádiz” y el “Dashiell Hammett de Novela Negra” organizado por la Semana Negra de Gijón.

Con Patagonia Chu Chu” ha conseguido el VII Premio de Narrativa Francisco García Pavón.

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