MOLINOS DE VIENTO EN BROOKLYN de PRUDENCIO DE PEREDA

Para sugerir la lectura de Molinos de viento en Brooklyn sobran los motivos. Tal vez habría que empezar por uno de carácter editorial, destacando la valentía de Hoja de Lata a la hora de jugársela con autores foráneos y desconocidos, sabiendo lo que eso puede representar para una pequeña editorial. Otros tienen que ver con la singularidad del autor, Prudencio de Pereda, nieto de emigrantes españoles que a principios del siglo pasado cruzaron el charco para buscarse la vida en las calles de Brooklyn. El interés por la tierra de los abuelos estuvo siempre presente en su narrativa y, muy especialmente, en esta novela de carácter autobiográfico.
Prudencio de Pereda, a pesar de tener tres novelas publicadas y alguna de ellas traducida al alemán, ha sido, hasta la fecha y especialmente en España, un autor no solo desconocido, sino también invisible. Y, dicho esto, conviene recordar que Molinos de viento en Brooklyn tiene en su edición española otro valedor, además de la editorial Hoja de Lata, sin cuya intervención este libro y su autor seguirían, probablemente por mucho tiempo más, en el olvido. Me refiero al también escritor y bibliófilo Jorge Ordaz, quien, en su permanente afán por buscar en el más allá de la literatura convencional, tuvo la oportunidad de cruzarse con la versión original de este libro y proponérselo a la editorial dirigida por Daniel Álvarez Prendes y Laura Sandoval.
Pero hay más razones a favor de la obra, como su carácter ilustrativo sobre el destino de una comunidad de españoles que eligieron los Estados Unidos como tierra de promisión, en lugar de encarar sus vidas hacia tierras del centro y del sur del continente americano. También, cómo no, Molinos de viento en Brooklyn se justifica por sí misma, por la forma en que está narrada y la habilidad del autor para encandilarnos con una obra que, de ser encuadrada en algún género literario, compartiría espacio junto a pícaros ilustres como Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache o el Buscón.
Desde la perspectiva de un narrador en primera persona, que no es otro que el propio Prudencio de Pereda, la historia transcurre en dos partes muy bien tramadas. En la primera, el niño Prudencio, de la mano de su abuelo, del buscavidas y malhadado Agapito, y de otros personajes entreverados en la historia, va conociendo los entresijos de un oficio tan singular como desconocido, el de “teveriano”. “Mi abuelo se dedicaba a la forma más estigmatizada del negocio de los puros: era un teveriano o ‘traficante’, uno de esos vendedores ambulantes menospreciados por el resto del sector, porque negociaban solo con mentiras: etiquetas falsas, falsa representación de sí mismos y mercancía falsa –unos cigarros muy baratos por los que pedían después precios exorbitantes–, y eso dejaba todavía en peor lugar a los españoles, que estaban hartos de la situación y bastante tenían ya estando relacionados con el negocio legal de los puros”. Unos primeros capítulos que avanzan hasta la incorporación a filas del personaje y su participación en la Segunda Guerra Mundial.
En la segunda parte, la narración nos devuelve a la adolescencia del protagonista, a sus amores imposibles y a la intensa relación con su abuelo, representante por entonces de “La España”, la asociación cultural donde se congregaban aquellos españoles de Brooklyn.
La obra de De Pereda es, en realidad, un homenaje a una forma de vida y a aquella diáspora española que en la segunda mitad del siglo XIX abandonó el país en dirección al continente americano. Algunos recalaron en Nueva York, concretamente en la calle 14, entre las avenidas séptima y octava, configurando lo que se vino a denominar el Little Spain, que llegó a congregar a una comunidad de unos 25.000 españoles. Otros prefirieron Brooklyn, como los abuelos del autor, gracias a cuya capacidad narrativa podemos hoy disfrutar de estos Molinos de viento en Brooklyn.

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