LOS TIMADORES TIMADOS


Miro y escucho con regocijo la noticia de un chino que en una sala de juegos de Castellón se ha dedicado a estafar a los propietarios de las máquinas tragaperras, engañando al artilugio con una ingeniosa formula consistente en pintar de negro monedas de un euro.
Desde siempre, el negocio de las tragaperras me ha parecido una actividad detestable por su proliferación descontrolada en bares y locales públicos, sin otro beneficio social que vaciar los bolsillos de los incautos más débiles, contribuyendo de manera mezquina al incremento de la ludopatía en nuestro país.
En España (datos del Ministerio del Interior) tenemos la fortuna de contar con más de 92.000 de estos engendros repartidos a diestro y siniestro, con una facturación promedio de 12500€ por máquina y un incremento de facturación interanual que rondó el 13% en el año 2007. El gasto promedio por habitante en estas máquinas fue de 279€, si tenemos en cuenta que muchos no invertimos un céntimo en semejante engaño, el gasto por jugador pone los pelos de punta.
Para quien lo desconozca y considere que el juego en las tragaperras no es más que un ejercicio inocente de la voluntad individual, me gustaría recordarle que la ludopatía entra en la categoría de las enfermedades mentales, englobada bajo el sello de los denominados Trastornos Obsesivo Compulsivos (TOC), entre los que se incluyen la anorexia y la bulimia, conocidos trastornos de la alimentación. Se trata por lo tanto de una patología grave de la personalidad que ocasiona la ruina personal y económica de quienes la padecen y de sus familias, llevando a muchos de los afectados hasta la propia autodestrucción.
Vengo a referirme con esto a que, muchas de esas personas que con cara lánguida y mirada perdida alimentan con sus monedas las detestables maquinitas a primera hora de la mañana, no son otra cosa que enfermos. Enfermos, dicho sea de paso, que embuten las arcas de las diferentes administraciones del Estado, sin que estas eleven la voz ni la ley para que esto deje de suceder. Unas Administraciones que invierten en la curación de unos enfermos que ellos mismos alientan, una pírrica parte de los ingresos que su enfermedad les reporta.
Por abundar en el tema y hacerlo más comprensivo, me permito apuntar que la máquina tragaperras es al ludópata lo que cualquier droga a un toxicómano y mientras los promotores de las toxicomanías (excepto tabaquismo y alcoholismo) son perseguidos y sus negocios clausurados, los promotores del juego son bendecidos y sus empresas aduladas. ¿Qué por qué esa diferencia de trato? Obvio. La ludopatía se fomenta de manera legal y está avalada por los gobiernos porque representa una descomunal fuente de ingresos.
El ludópata es un enfermo cómodo y barato para la Administración. Es alguien que llega a la patología sin darse cuenta y, a diferencia de otros adictos, este tarda en asumir que se trata de un enfermo. Su patología se desarrolla a menudo en edades adultas y en personas de entornos no desestructurados, por lo que el problema se vive con vergüenza y bajo el estigma de la culpabilidad. El ludópata no destruye vidas ajenas por actos delictivos, se resigna a destruir las de la propia familia. Un adicto a las drogas representa un coste sanitario importante por las patologías derivadas de su consumo: SIDA, hepatitis, enfermedades coronarias, etc. El ludópata se desespera solo, desarrollará una depresión y se tratará por ello en un sistema sanitario que le atenderá en un dispensario de salud mental una vez cada tres meses para hacerle un seguimiento con ansiolíticos y antideprsivos. En resumen es un enfermo barato con una patología que cabe exprimir sin costes importantes.
Imagino que aun habrá quien se resista a entender que esos madrugadores encaramados a un taburete y enfrentados a una máquina en la que dilapidan sus menguantes economías no están ahí porque quieren. Espero que les cueste un poco menos aceptar que esas otras almas en pena que circulan como zombis por los estercoleros de la droga, lo hacen desprovistos de cualquier asomo de voluntad.
Pues bien, la misma dependencia psicológica que arrastra a unos a mendigar unos gramos para envenenarse el cuerpo, es la que empuja a un abuelo o a un ama de casa a arruinar su conciencia y sus ahorros frente a una máquina diseñada para que así sea.
A unos y a otros los he conocido como psicólogo muy de cerca, tan de cerca que a veces me ha faltado objetividad para tomar decisiones. Sus miserias son las mismas de cualquiera que se considere a salvo, sin darse cuenta de lo fácil que puede resultar llegar a ello, tan sencillo que muchos se preguntan ¿cómo pudo pasarnos esto a nosotros si somos de lo más convencional? Hombres y mujeres introvertidos, faltos de comunicación, mujeres solas y sin recursos, con hijos emancipados que ya no las necesitan, o tan dependientes que las necesitan tanto que no las dejan envejecer. Hombres maduros, jubilados o prejubilados después de dedicar su vida al trabajo, inútiles repentinos, desamparados, invisibles y sin autoestima. Hasta que un día su ansiedad encuentra cobijo entre la ruleta maldita de frutas y colores y el reclamo de la música inequívoca que actúa como un irreprimible canto de sirenas. Ahí está la clave, en la respuesta inmediata, en la satisfacción instantánea que refuerza y convierte el juego en una adicción.
Quienes gestionan los resortes de los juegos de azar conocen a la perfección los entresijos psicológicos que conducen a las apuestas incontroladas, saben los tiempos máximos de espera entre jugadas, la frecuencia mínima del premio, y han aprendido que la fórmula: desmotivación + ansiedad + refuerzo instantáneo tiene para sus empresas un premio garantizado, el del lucro indecente para ellos a cambio del infierno denigrante para otros.
Por eso proclamo que le den un premio al chino estafador, que le den su nombre a una calle o le hagan un monumento, que lo suban a un altillo y lo condecoren con una banda reconociéndolo como el burlador que se rió de un imperio de estafadores. Cierto que su fechoría no aporta nada a los enfermos, puede que solo una sensación de resarcimiento y la satisfacción de ver al timador timado. Timadores que, a nuestro pesar, tiene el amparo de nuestros Gobiernos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario